3. Del sufrimiento al éxtasis.

extasis

“La providencia puso el placer tan cerca del dolor que muchas veces se llora de alegría” (George Sand)

Experimentar una cierta acción perjudicial o dañina activa diversas respuestas autonómicas y la sensación de dolor. Esta sensación incluye dos componentes: el discriminativo o sensorial organizado a nivel del complejo ventro-basal del tálamo, y en la corteza somatosensorial, (que a su vez se interconecta con áreas visuales, auditivas, de aprendizaje y memoria); y el afectivo que se localiza en los núcleos talámicos mediales y zonas de la corteza incluyendo las regiones prefrontales y, especialmente, la corteza frontal supraorbital. La información nociceptiva que alcanza la médula espinal, antes de ser pasar al nivel cortical, va a modularse mediante sistemas de control inhibitorios segmentarios y vías descendentes bulbo-espinales. Luego, esta información ya procesada, alcanzará los centros superiores y aquí se inducirán respuestas vegetativas, motoras y, sobretodo, emocionales que, paralelamente, han de generar acciones analgésicas acopladas. De hecho, la lucha y la actividad sexual son dos de las principales formas de estimulación de los mecanismos centrales de analgesia.

Un clásico experimental de este hecho es el sondado suave de la vagina de la rata con una varilla de vidrio que incrementa la actividad de las neuronas en la sustancia gris periacueductal y reduce la reactividad de las células de la región ventrobasal del tálamo al estímulo doloroso. El fenómeno (que también se ha estudiado en la especie humana por cierto) ha permitido explorar como la cópula desencadena mecanismos analgésicos. En  las circunstancias apropiadas,  las  neuronas  de  la  sustancia  gris periacueductal  pueden ser estimuladas  a  través  de conexiones sinápticas con  la  corteza  frontal, la  amígdala  y  el  hipotálamo y  algunas células  neurosecretorias  liberar encefalinas (una  clase  de  opiáceos). Y cesar el dolor.

Pero a veces la conducta humana va más allá. No solo el estímulo potencialmente dañino deja de doler, es que resulta placentero. No solo no se intentan evitar todos aquellos estímulos que, en principio, se asocian con el sufrimiento sino que se buscan activamente. Y es que frente lo que podría parecer, las relaciones entre placer y dolor son más complejas de lo que podríamos creer. Y la clave podría estar en esas endorfinas o en los mecanismos de recompensa asociados al alivio por haber podido escapar de una situación peligrosa o, quizás, con los mecanismos intrínsecos a las estructuras sociales que se asocian con poder y sumisión. Estos podrían ser los fundamentos fisiológicos del comportamiento que, en su día describiera Leopold von Sacher-Masoch, cuyas novelas (especialmente «Venus de las pieles») representaron a personajes adictos al dolor físico y al sufrimiento, a padecer humillación y opresión por parte de sus parejas. La paradoja de disfrutar sufriendo, que rodea al cerebro masoquista, apenas se empieza a comprender pero, algunos estudios, empiezan abrir puertas a su explicación. De hecho, un interesante trabajo ha evidenciado que, el grupo de personas con tendencia masoquista, muestra un umbral de dolor más elevado y se ha planteado la existencia de una modulación alternativa del procesamiento de la información somato-sensorial. Así, estímulos como el dolor, que en la mayoría de las personas aumentan su activación, serían percibidos como neutros por aquellos con comportamientos masoquistas. No obstante, esta modulación podría tratarse de una conducta adquirida, o consecuencia de una predisposición previa. De hecho, se pone de manifiesto que el dolor es procesado de forma multi-sensorial y su estudio debe traspasar los límites de un solo campo de investigación si se quiere comprender plenamente.

El interés de este estudio, además, podría tener otras consecuencias relevantes si se tiene en cuenta que se trata de gente sana que, en ciertas circunstancias, es capaz de encontrar placer en el dolor. Entender estos mecanismos podría abrir nuevas vías para acercarse al tratamiento de pacientes que sufren dolor crónico para el que no se consigue ofrecer una solución. Hipotéticamente, si se comprendiese como logran los primeros cerebros transformar el dolor en placer y se supiera como aplicarlo a los segundos, aunque no se les evitase experiencia dolorosa, sí se podría transformar de desagradable a placentera.

Y es que, aunque sean antagónicos, evitar dolor y buscar el placer son comportamientos clave para la supervivencia, por lo que no es sorprendente que exista cierta competencia en el procesado de ambas respuestas. Existen muchas situaciones en las que, superar un poco de dolor inicial, puede incrementar la sensación placentera al final… Este sería el origen del “no pain, no gain” tan asociado a programas de entrenamiento. Incluso se considera una señal de madurez y de control de impulsos la capacidad para demorar recompensas. De hecho, hasta se pueden identificar ciertas coincidencias neuro-anatómicas que afectan a la corteza orbitofrontal, el núcleo accumbens y la amígdala. El hecho es que existe una reacción que hace el cerebro se comporte de forma distinta ante un mismo dolor, de intensidad moderada, si se compara con un dolor “peor” (ya se sabe “¡ni tan mal”!). Lo que pasa es que se termina interpretando ese dolor moderado como placentero al compararlo con otro más intenso. Y esto se puede detectar a nivel cerebral, pues se produce una menor activación en ínsula y cíngulo anterior frente a la intensificación de la actividad  en el circuito de recompensa (incluyendo las cortezas prefrontal orbital y ventro-medial). Bioquímicamente, a las ya mencionadas endorfinas, se unirá la dopamina acelerando el deseo y la sensación de placer.

En definitiva, este binomio dolor/placer estará presente al comer comida picante o mientras se ven películas de terror, pero también en otros comportamientos humanos considerados como mucho más peligrosos, hostiles o nocivos y que, sin embargo, se viven, en determinadas circunstancias, como placenteros. Una pelea, consumir drogas o lanzarse al vacío… Y vivir para contarlo; y disfrutar de (y con) ello, estarían activando la misma respuesta en sus víctimas potenciales. La sensación de alivio y placer al ser esencialmente la misma , se confunden. Nuestro cerebro, que siente el miedo, cuando constata que no se sufrió ningún daño genera una sensación alivio que se traduce en una peculiar clase de placer. Por otra parte, estimular los receptores del dolor también promueve la activación del sistema nervioso simpático incrementando la frecuencia cardíaca, estimulando la sudoración o dilatando bronquios y pupilas, por ejemplo. En otras palabras, nos excita…

Y es que del dolor a éxtasis solo hay un paso. Uno tan pequeño como peligroso.

Para saber más:

Carlson Neil y Melissa A. Birkett (2018) “Fisiología de la conducta”

Defrin et al. Attitudes and emotions towards pain and sensitivity to painful stimuli among people routinely engaging in masochistic behaviour. Eur J Pain.2015 Oct;19(9):1321-30. doi: 10.1002/ejp.662. Epub 2015 Feb 17

Kaming et al. Contextual modulation of pain in masochists: involvement of the parietal operculum and insula. Pain.2016 Feb;157(2):445-55. doi: 10.1097/j.pain.0000000000000390

Leknes and Tracey. A common neurobiology for pain and pleasure. Nat Rev Neurosci.2008 Apr;9(4):314-20. doi: 10.1038/nrn2333

Canales iónicos Receptores de Potencial Transitorio y su papel protagónico en la terapia analgésica https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=2ahUKEwih6vCooMTlAhUs1eAKHdanDLQQFjAAegQIAxAC&url=http%3A%2F%2Fscielo.sld.cu%2Fpdf%2Fibi%2Fv34n3%2Fibi08315.pdf&usg=AOvVaw31z6w-Bola2_awAnrIUaoO

Pain control through selective chemo-axotomy of centrally projecting TRPV1+ sensory neurons. Matthew R. Sapio, John K. Neubert, […], and Michael J. Iadarola https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5873867/

Masoquismo: dolor y placer en el cerebro https://www.muyinteresante.es/salud/sexualidad/articulo/masoquismo-dolor-y-placer-en-el-cerebro

Masoquismo: de placer por el dolor a ¿herramienta contra él? https://naukas.com/2018/05/30/masoquismo-de-placer-por-el-dolor-a-herramienta-contra-el/

https://www.kinseyinstitute.org/

https://www.iasp-pain.org/

https://www.sedolor.es/comunicacion/dia-del-dolor/

https://www.iasp-pain.org/GlobalYear

https://diariosanitario.com/el-inventor-de-la-epidural-de-la-tragedia-a-la-fama/

https://noticias.acunsa.es/la-historia-de-la-anestesia/

2. Vivir sin dolor. Neurociencia de la analgesia.

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“Cuando el dolor es insoportable, nos destruye; cuando no nos destruye, es que es soportable” (Marco Aurelio).

Un niño jugando tropieza. Cae y llora. Su padre acude y mientras le acaricia tararea “Sana, sanita…” Nada más eficaz para calmar su llanto que la voz protectora y el suave contacto en el contorno de la dolorida zona. La estimulación mecánica y el patrón emocional consiguen, si no la analgesia total, si el alivio momentáneo.  De hecho, la estimulación mecánica de la zona que circunda a un área dañada se emplea instintivamente para paliar el dolor. Pero a veces con eso no basta. Ni mucho menos. Y aquí empieza la búsqueda de otros recursos.Desde los opiáceos, a la administración de inocuos comprimidos de azúcar, sin actividad farmacológica (pero con capacidad de sugestión: es el “efecto placebo”)  pasando por estrategias electrofisiológicas y de otros tipos, han sido históricamente explorados por la clínica como mecanismos para “minimizar el daño”. Porque que duela es necesario. Que lo haga demasiado puede llegar a ser incapacitante y, probablemente por eso, el propio organismo tiene mecanismos modulación de la intensidad de la sensación dolorosa. De hecho, desde sus orígenes, la anestesiología ya exploró estos procesos y son pioneros los hallazgos de Henry Knowles Becheer en la batalla de Anzio de la Segunda Guerra Mundial. Becheer describió cómo muchos soldados estadounidenses, gravemente heridos, declaraban no sentir dolor (como si el sólo hecho haber sobrevivido a tan terrible experiencia aliviase su estado). Estaba claro que la gestión nerviosa de situaciones extremas, vinculadas a las emociones de miedo o ira, estaban interfiriendo en la respuesta dolorosa (quizás como mecanismo defensivo ante el peligro).

Se trata de un procesamiento cortical del estímulo que, muy probablemente, tiene influencias grupales. Es más, existen datos que indican que también tiene un componente “empático” que haría que nos “doliese el dolor ajeno”. De hecho en estudios realizados con parejas unidas por una relación amorosa se encontró que tan solo observar cómo “el otro” sufría un estímulo doloroso, aún sin  recibirlo, activaba sus cortezas cingulada e insular anteriores y el  tálamo (es decir toda la ruta nociceptora menos la corteza somato-sensitiva). Este hecho probaría que, el componente emocional del dolor estaría conectado con mecanismos de empatía fundamentales para la cohesión del grupo en animales sociales como los primates.

Y es que, si sentir dolor es inevitable, no lo es menos el deseo de controlar la intensidad del daño. De hecho, en mayor o en menor medida, el dolor puede modificarse de diversas formas y se ha trabajado intensamente para alcanzar el anhelo humano de “vivir sin dolor”. Pero, aunque se pueda considerar deseable conseguir controlar el dolor, no se puede olvidar que, en la mayoría de los casos, el dolor tiene una función constructiva evitando que los daños vayan a más. Y está codificado genéticamente. Prueba de ello son los datos varias de familias algunos de cuyos miembros presentaban una falta completa de dolor. La causa se ha localizado en un alelo autosómico recesivo del cromosoma 2 que codifica un canal del sodio dependiente del voltaje. Es la llamada “analgesia congénita al dolor” y tiene un muy mal pronóstico. No es la única mutación que ha sido identificada y las señales y síntomas pueden variar de acuerdo al gen alterado expresándose en las células nerviosas que transmiten las señales de dolor a la médula espinal y el cerebro así como en las neuronas sensoriales olfativas. Afectan al gen SCN9A y son alteraciones que participan o controlan el desarrollo de las neuronas o su supervivencia, especialmente en las neuronas sensoriales, no solo de estímulos dolorosos, sino también de temperatura o tacto. En cualquier caso esta “insensibilidad de nacimiento” transforma a quien la sufre en alguien extremadamente vulnerable, sin curación, ni tratamiento capaz de revertir los síntomas, víctima de abrasiones, rozaduras, grietas o heridas.

Sin llegar a esos dramáticos extremos, no obstante la capacidad de generar cierta analgesia se manifiesta a la vez que la propia sensación dolorosa y, no cabe duda que, para quien siente dolor en primera persona, el mecanismo de respuesta ante un estímulo doloroso, parece responder mejor de forma aguda mientras que sus efectos se vuelven más y más deletéreos conforme se prolongan. En este sentido, los efectos del dolor crónico pueden ser terribles y, mediado por las vías que alcanzan las cortezas cingulada anterior e insular puede alcanzar aquellas que van la corteza prefrontal. El dolor, una señal de alarma en su génesis, lo llena todo para quien lo padece más allá de su origen. Esta transmisión de la sensación dolorosa puede ser tan persistente como para no cesar, ni tan siquiera, tras la amputación de una extremidad. Es lo que se denomina “miembro fantasma”. De hecho comprender este misterioso padecimiento puede aportar datos a la compresión del manejo cognitivo de dolor que no cesa. Se cree que esta terrible sensación es inherente en la organización de la corteza parietal que participa en la consciencia de nuestro propio cuerpo, lo que podría explicar los éxitos alcanzados, a veces, con la terapia de la “caja-espejo” (en la que se introduce el miembro sin amputar y al poder ver el reflejo de brazo en el espejo se experimenta mejoría). El alivio que se puede conseguir evidencia que, por suerte, igual que puede crear dolor, el cerebro es capaz de causar analgesia.

En modelos animales se ha conseguido incluso una desaparición del dolor lo suficientemente profunda como para servir de anestesia en intervenciones quirúrgicas. Para ello se ha tenido que manipular la vía en regiones concretas. Esta analgesia, generada centralmente, tiene algunas localizaciones especialmente eficaces, como el interior de la sustancia gris periacueductal, o la zona rostroventral del bulbo raquídeo. Es interesante señalar que este estímulo analgésico depende de la liberación de opiáceos endógenos. Se sabe que las neuronas de la sustancia gris periacueductal envían axones al núcleo del rafe magno, localizado en el bulbo raquídeo. Las neuronas de este núcleo envían axones al hasta dorsal de la sustancia gris de la médula espinal. Por su parte la sustancia gris periacueductal recibe señales de la corteza frontal, la amígdala y el hipotálamo. Esta red (que implica a todas las estructuras principales del procesamiento emocional) sería la responsable de que si una persona CREE que está tomando un medicamento que reducirá el dolor, se desencadene la liberación de opiáceos endógenos y, realmente, se reduzca la sensación dolorosas que percibe. Esto implicaría que “el efecto placebo” (como han evidenciado los estudios de imagen funcional) podría deberse  a  un  incremento  de  la actividad  de  la  corteza  prefrontal,  que a su vez activaría  la sustancia  gris periacueductal inhibiendo  la  actividad  de la  corteza  cingulada  anterior y de  la  corteza  insular  lo que, como consecuencia, induciría analgesia. Por tanto la compleja red de estructuras que identifican, codifican y transmiten la sensación dolorosa tienen como contrapartida una  cantidad  considerable  de  circuitos neurales dedicados  a  modular y, sobretodo, reducir  su  intensidad  del  dolor. De hecho en clínica, el dolor crónico ha sido tratado implantando electrodos, en la sustancia gris periacueductal o en el tálamo, permitiendo a cada paciente estimular su encéfalo a través de estos electrodos cuando el dolor se hacía intenso.

Y es que el dolor es una sensación intrusiva y apremiante que lo domina todo. Cuando un animal se encuentra con un estímulo nocivo, suele dejar lo que sea que esté haciendo y lleva a cabo conductas de retirada o huida. Es obvio que estas respuestas son muy apropiadas. Sin embargo, a veces son contraproducentes. Por ejemplo, los machos que luchan por acceder a las hembras, durante la época de apareamiento, no pasarán sus genes si el dolor desencadena respuestas de retirada que interfieran con su lucha. Por tanto, la intensidad mínima de un estímulo que despierta la sensación de dolor (su umbral) no es constante. Ciertas hormonas en situaciones de estrés agudo, como adrenalina o cortisol por ejemplo, colaboran en la respuesta de lucha-huida generando cierta “analgesia inducida”. Pero muchas veces esta capacidad innata de modular y hasta suprimir el dolor no es suficiente. No obstante, que exista esta modulación neuroendocrina está en la base para localizar las vías que permitan encontrar respuestas cuando sea preciso recurrir a la farmacología.

Los primeros trabajos al respecto proceden de las observaciones de Crawford W. Long, un médico y farmacéutico de mediados del siglo XVIII que asistía a fiestas en las que se consumía éter como droga. Muchos participantes mostraban hematomas y golpes de los que luego no tenían recuerdo. Eso le hizo pensar que tendría efectos anestésicos y, por ello, pasa por ser uno de los padres de la anestesiología. Sin embargo, el uso de hierbas y preparados como analgésicos o anestésicos data de la Prehistoria. Hay constancia del uso del alcohol ya en Mesopotamia, donde también se usaba leche de opio. En China se empleaban derivados del cannabis. De hecho, para lograr su objetivo de suprimir el dolor, la anestesiología debió experimentar diferentes formas lo largo de la historia que pasan por los trabajos medievales de Abu al-Qasim al-Zahrawi, o Ramon Llull. Ya el siglo XVI Paracelso hizo que unos pollos inhalaran vitriolo dulce, y observó que no solo se dormían, sino que también perdían toda sensibilidad al dolor. Sin embargo, habría que esperar al 16 de octubre de 1846 a que William Morton aplicase éter a un paciente del doctor John Collins Warren. Desde ese momento, el uso de éter se difundió rápidamente. A mediados de diciembre de 1847, en un hospital de Edimburgo, el tocólogo James Simpson y su compañero Dunkan practicarían el primer parto sin dolor. Sin embargo, en la actualidad, si hay una práctica médica unida al parto, es la anestesia epidural. Se trata de la introducción de anestésico local en el espacio peridural, bloqueando así las terminaciones nerviosas en su salida de la médula espinal. Su distribución será, entonces, metamérica, es decir, se anestesiará la zona del cuerpo que corresponde a los nervios que han sido alcanzados por el anestésico local inyectado. Aunque, el neurólogo estadounidense James Leonard Corning fue el primero en realizar un bloqueo neuraxial, su principal impulsor fue el cirujano militar español llamado Fidel Pagés, que la desarrolló convirtiéndose así en el inventor de esta técnica. En cualquier caso, la lucha contra el dolor ha continuado en todos los niveles de padecimiento, dando respuesta a su eliminación desde una pequeña zona del cuerpo, generalmente la piel, mientras la persona continúa consciente, hasta la producción de estados de inconsciencia mediante la administración de fármacos hipnóticos por vía intravenosa, inhalatoria o por ambas a la vez.  Por vía intravenosa se utilizan substancias como propofol, tiopental o ketamina. Por vía respiratoria se emplea el halotano y otros compuestos halogenados, o el óxido nitroso. También se han ensayado numerosos analgésicos mayores como los opioides naturales (morfina) o sintéticos (como el fentanilo); bloqueadores neuromusculares como los derivados del curare o substancias anticolinérgicos (atropina), benzodiazepinas (midazolam o diazepam) o anticolinesterásicos (neostigmina, pridostigmina y edrofonio), que revierten el efecto de los relajantes musculares.

En fin, una gran batería de herramientas que cada día es más potente en su acción anti-dolorosa y más cuidadosa en no generar efectos secundarios no deseados acercándonos a la utopía de controlar completamente cuando, como y, sobretodo, cuánto se ha de sentir el dolor.

Para saber más:

Carlson Neil y Melissa A. Birkett (2018) “Fisiología de la conducta”

Pain control through selective chemo-axotomy of centrally projecting TRPV1+ sensory neurons. Matthew R. Sapio, John K. Neubert, […], and Michael J. Iadarola https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5873867/

Canales iónicos Receptores de Potencial Transitorio y su papel protagónico en la terapia analgésica https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=2ahUKEwih6vCooMTlAhUs1eAKHdanDLQQFjAAegQIAxAC&url=http%3A%2F%2Fscielo.sld.cu%2Fpdf%2Fibi%2Fv34n3%2Fibi08315.pdf&usg=AOvVaw31z6w-Bola2_awAnrIUaoO

Historias de la Neurociencia: Bendito dolor https://jralonso.es/2011/02/24/historias-de-la-neurociencia-bendito-dolor/

https://www.sedolor.es/comunicacion/dia-del-dolor/

https://www.iasp-pain.org/GlobalYear

https://diariosanitario.com/el-inventor-de-la-epidural-de-la-tragedia-a-la-fama/

https://noticias.acunsa.es/la-historia-de-la-anestesia/

http://www.alifewithoutpain.com/ http://www.macalester.edu/psychology/whathap/UBNRP/pain/CaseStudies.htm

1. Neurociencia de los daños: moscas y pimientos para explicar el cerebro dolorido

duele

“La verdad es como el agua fría, que solamente hace daño a los dientes estropeados”. (Nicolae Iorga)

¿Tiene sentido decir que algo es tan bonito que duele?¿Hay alguien que, de verdad, no tema al dolor? ¿Es posible (y hasta deseable) vivir sin dolor?… Es probable que, la respuesta inmediata a todas estas preguntas, sea una negativa feroz y asustada. Sin embargo, sentir dolor es imprescindible para la vida. Y no se trata de una sensación sencilla. Los estímulos que dañan, por ejemplo, tienden a desencadenar las respuestas conductuales de huida de los mismos e, incluso, son una potente herramienta adaptativa gracias al “aprendizaje por aversión”. Sin embargo, aunque cuando un estímulo hace daño se va a tratar de evitarlo y escapar de él, no es menos cierto que, en algunas situaciones, desarrollar algún nivel de insensibilidad puede tener cierta ventaja (como durante una feroz lucha) y, de hecho, el sistema posee mecanismos que pueden reducir la sensación dolorosa.

El proceso fisiológico de codificar y procesar los estímulos potencialmente dañinos contra los tejidos y con ello gestionarlos (e, incluso, poder así prevenirlos en ocasiones futuras) es la nocicepción. Este término fue acuñado por el neurofisiólogo británico Sherrington, para distinguir la actividad nerviosa de la experiencia subjetiva del dolor, y se refiere al hecho funcional que empieza con una actividad nerviosa aferente producida por la estimulación de unas terminaciones nerviosas especializadas. Así que, fisiológicamente, la detección de un estímulo dañino se va a iniciar por la activación de diferentes tipos de estos receptores especiales que llamaremos nociceptores.

Como hay diversas formas de causar daño esto conlleva diferentes formas para identificarlo y codificarlo. Así, cuando es un golpe, son los mecanorreceptores de umbral alto (terminaciones nerviosas sensibles a aumentos intensos de presión) los responsables de desencadenar la respuesta. Si quema o congela serán los termoreceptores, capaces de responder a extremos térmicos, los encargados de avisar de la amenaza (y si: en fisiología esa afirmación de que no existe ni el frio ni el calor, sino la diferencia de temperatura es falsa. Los receptores responden específicamente a estímulos que son traducidos como sensación de frío o calor). Por último, también hay sustancias que pueden ser dañinas y varios quimiorreceptores (vinculados a sustancias ácidas o a ingredientes activos de los alimentos picantes) las detectan. La clave está en cómo todos estos estímulos, de orígenes tan diversos, son traducidos al cerebro con la señal universal del peligro: ¡DUELEN!

Y para “poner luz” sobre el proceso habrá que estudiar como la información luminosa es captada y convertida en señal eléctrica… Es cierto: es un chiste horrible pero, es que explicar cómo se produce esa identificación del estímulo dañino, pasó por el hallazgo de una capacidad sorprendente de fototransducción en una especie de mosca: la Drosophila melanogaster. Eso y el descubrimiento de “dónde le picaba” a la célula, o sea la identificación del receptor de capsaicina, (TRPV1; un canal iónico). Una vez más, detrás de las aplicaciones que mejoran la vida (como comprender mejor el dolor para poder aliviarlo) está la ciencia básica.

Pero empecemos por el principio: este TRPV1 es un canal catiónico no-selectivo ligando-dependiente que puede ser activado por una serie de estímulos físicos y químicos exógenos y endógenos, incluyendo temperaturas mayores a 43 °C, pH ácido, los endocannabinoides y nuestra protagonista, la ya mencionada, capsaicina (que es una oleorresina componente activo de los pimientos picantes, y  que resulta irritante para los mamíferos produciendo una fuerte sensación de ardor o “pungencia” en la boca).

El caso es que se contaba con un interesante modelo animal, pues se había encontrado una cepa de ratones con una anulación del gen del receptor TRPV1, que mostraban menor sensibilidad a estímulos dolorosos como alta temperatura y que bebían agua a la que se había añadido capsaicina, pero respondían adecuadamente a estímulos mecánicos nocivos. Hoy sabemos que era lógico ya que, golpear, era otra forma de hacer daño y, por tanto, tenía otra vía de señalización pero, entonces, planteaba dudas y, vencer todas las reticencias a aceptar estas bases moleculares del dolor, precisaba algo más que un comportamiento de “ratón-superhéroe-sin-anestesia”. Así que sería necesario un hallazgo más: la observación en Drosophila de una respuesta transitoria al estímulo luminoso sostenido. ¡Y se hizo la luz! (vale, sigue siendo un chiste horrible).

Esta fue la primera evidencia del mecanismo denominado “transient receptor potential” (TRP). En la actualidad los canales TRP (algunos con presencia probada en la especie humana en músculo, epitelio, linfocitos, corazón o neuronas) son una superfamilia que se subdivide en base homologías estructurales en: TRPC- canónico o clásico; TRPM- melastatina; TRPV- vaniloide; TRPA- ankirina; TRPP- policistina; TRPML- mucolipina;  TRPN- no en mamíferos. Se encuentran involucrados, entre otras, en las sensaciones de olfato, gusto, tacto, secreción salival, regulación cardiovascular, tono muscular, equilibrio del calcio o el magnesio y cambios de temperatura, inflamación y, obviamente, el dolor.

Lo interesante es que la actividad de estos canales se asocia a una gran cantidad de patologías que implican procesos inflamatorios. Por ejemplo, el dolor producido por tóxicos bacterianos está desencadenado por otro canal iónico TRPA1 (transient receptor potential ankyrin 1). Este canal, presente en las terminaciones nerviosas, produce la liberación de neuropéptidos vasodilatadores. La activación de estos canales en las neuronas, al generar la liberación de sustancias proinflamatorias, sensibilizan a otras neuronas ante nuevos estímulos. Por tanto, la caracterización biofísica y farmacológica de los canales TRP ha permitido el desarrollo de nuevas clases de dianas terapéuticas importantes.

Sea como fuere, a partir de la señal nociva, se van a activar los canales iónicos TRP (en la membrana de las terminaciones nerviosas de los nociceptores) y  con su apertura, al ser permeables a iones como el calcio, van a despolarizar la membrana generando potenciales de acción que se propagarán a través del axón de la neurona nociceptora hasta hacer sinapsis con la siguiente neurona de la vía de señalización. De hecho, los axones somatosensitivos procedentes de piel, músculos u órganos internos van a integrar, fundamentalmente, el nervio trigémino. Los axones harán sinapsis con otras neuronas al entrar en la médula espinal cruzando la línea media y ascendiendo través de la vía espinotalámica hasta los núcleos posteriores ventrales del tálamo. Esta vía (o tracto espinotalámico, o de Clarke, o sistema anterolateral, que de todas estas formas se ha denominado) es una vía sensorial desde la piel hasta el tálamo. Desde el núcleo ventral posterolateral en el tálamo, la información sensorial va alcanzar la corteza somatosensorial. Este tracto espinotalámico, además, presenta dos vías adyacentes una anterior y otra lateral. Se acepta que sólo la vía lateral transmite las señales dolorosas y de temperatura.

Paralelamente, cada tipo de información sensorial transmitida a través del tracto espino-talámico se va asociar a una cierta “sensación afectiva” que va desencadenar un patrón de respuesta conductual. Esto significa que la sensación va acompañada de una comportamiento (y por eso, por ejemplo “si te pica: ¡Te rascas!”). De hecho, tanto picor como dolor están relacionados y comparten vía de identificación y traducción… ¡Y eso incluye el efecto de los pimientos de Padrón! (de los que piquen, claro). Para esto, se asume que existen, otra vez, dos subsistemas neuronales implicados: uno directo (vinculado a la apreciación consciente del dolor) y otro indirecto (responsable del impacto afectivo y de excitación del dolor). El sistema que regula el impacto del “sentimiento” doloroso incluiría parte del sistema de excitación reticular ascendente (espino-retículo-tálamo-cortical) y parte del sistema de integración emocional (espino-mesencefálico-límbico).

Siguiendo con los pimientos, en honor a la verdad, no “saben” picantes, más bien “duelen” pues activan los nociceptores de la lengua (mientras que cualquier otro sabor es detectado por otros quimiorreceptores específicos). De hecho parece que la evolución aquí supuso adquirir la capacidad de localizar el alimento seguro. Y esto implica una derivada muy interesante pues “que guste ese dolorcillo” parece tener un componente aprendido que lo relacionaría con las formas de controlar miedos o riesgos. Una pequeña exposición iría induciendo una adaptación de los nervios que captan el dolor para que se vuelvan más tolerantes.

Pero sin llegar a volverse “inmunes al dolor” pues,  la detección de la sensación asociada a un daño tisular, tiene una obvia función protectora, al marcar la posible lesión que necesita ser evitada o tratada.

Para saber más:

Carlson Neil y Melissa A. Birkett (2018) “Fisiología de la conducta”

Pain control through selective chemo-axotomy of centrally projecting TRPV1+ sensory neurons. Matthew R. Sapio, John K. Neubert, […], and Michael J. Iadarola https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5873867/

Estos son los efectos que comer picante produce en tu cuerpo https://www.lavanguardia.com/ciencia/cuerpo-humano/20180413/442494545984/comer-picante-efectos-cuerpo.html

La razón por la que nos gusta la comida picante, según la ciencia https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2015-01-04/la-razon-por-la-que-nos-gusta-la-comida-picante-segun-la-ciencia_615794/

¿No soporta el picante? Usted tiene un don https://elpais.com/elpais/2017/03/07/buenavida/1488916961_547695.html

Canales iónicos Receptores de Potencial Transitorio y su papel protagónico en la terapia analgésica https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=2ahUKEwih6vCooMTlAhUs1eAKHdanDLQQFjAAegQIAxAC&url=http%3A%2F%2Fscielo.sld.cu%2Fpdf%2Fibi%2Fv34n3%2Fibi08315.pdf&usg=AOvVaw31z6w-Bola2_awAnrIUaoO